5 de enero de 2011

Nadie en el medio

Hoy me levanté con una extraña sensación: la de sentirme perdedora. Siempre fui pesimista e impulsiva. A veces, ambas se complementan para hacer de mi vida un espanto cotidiano.

No es una cuestión de victimización, sino más una cuestión de desahogo, un intento desesperado de querer enmendar lo imposible, lo ajeno, lo impropio.
Digo y hago boludeces todo el tiempo. Pero quién no? Aprendí una lección en tiempos conflictivos: "La imperfección es parte de nuestra Naturaleza"; pero quizás abuso y abusé de ella en muchas ocasiones.
No es para usar palabras elegantes, pero jamás me comprendieron al tratar de exteriorizar mis más profundos sentimientos. No importa de que tipo.
Soy una mierda en todos sus planos, aunque la gente diga lo contrario. Hago daño, hago sufrir y no entiendo porque las otras partes sufren.. No puedo entenderlos como ellos a mí.



No puedo y no quiero. El cambio es un proceso que empezó hoy. Que empezó con un mail, con un mail donde me hirieron en lo más profundo de mi ser. Una daga necesaria que no la deseaba.. Allí se confirmaban mis sospechas: la de perder absolutamente toda esperanza de corregir ese error.


Errores. Alguna vez voy a escribir una historia sobre ello. Pero hoy estoy motivada a escribir por medio del dolor, de sentir ese dolor que causé a consciencia, sin pensar en la profundidad de las consecuencias. Me transmitieron ese dolor, aquel que taponé por un tiempo y hace poco explotó. Explotó con un olor que sigue perturbándome. Lo enfrenté, me senté ante él y decidí acogerlo, como forma de implorar el perdón que jamás obtendré.
Tampoco quiero que se vaya, quiero convivir con él hasta que me desgarre, por más masoquista que suene. Es el precio que debo pagar. Ni el dinero podrá. Ni la mismísima vida.



No puedo y no quiero. Nada nuevo. Tampoco quiero vivir el pasado. Viviré el presente imaginando historias falsas, alimentándome con ese dolor, transformándolo en una danza alegre en mi cabeza. Así será. Por la mierda que soy. Me lo merezco, no me lo digas.
Ellos estarán bien. Sobreviven. Sobrevivieron. Estarán contentos y esa será la única satisfacción que podré tener. La que hará que yo sobreviva. Vitamina de los dioses. Dulce agonía.



El espanto cotidiano del que mencioné al principio, es sólo una llave al aprendizaje. Ese que siempre está de la mano del dolor.

Gracias. Y gracias por no entender un pito lo que escribí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Voces imaginarias