Por fin se conocían...
Eran 6.
Ninguno sabía de a existencia del otro, pero allí estaban,
contemplando un féretro que rezaba nombre de mujer.
Hacía un día maravilloso,
pero allí estaban.
Todos juntos.
No sabemos quien los presentó como sabiendo con
exactitud los nombres y las ocupaciones de cada uno. Ninguno entendía nada,
pero no dejaban de escudriñarse tratando de ver que tenía cada uno, que los
hacía superior y que los hacía inferior.
Uno de ellos tomó
la iniciativa y extendió su mano. Se presentó como el segundo.
Los otros
dudaron por un segundo y se fueron presentando cada uno por números.
La ceremonia estaba
concluyendo y casi todos se estaban yendo, menos ellos.
Querían
conocerse.
Y conocerla.
Empezaron de a
uno a contar sus miserias, sus viviencias, alegrías y algún que otro recuerdo
morboso. Ninguno lloraba.
Dos de ellos reían como estúpidos, dos ironizaban y uno se perdía en el silencio del lugar.
Se dieron cuenta
que además de compartir a una mujer, compartían cosas particulares...
Pasaron
horas y aún seguían allí alrededor de lo que hoy era ya solo un recuerdo.
Todos
comprendieron porque estaban allí.
Que fueron. Y el porque.
No se odiaban.
Los
hombres son incapaces de odiarse entre ellos.
Siempre encuentran la forma de
aceptarse y adaptarse al medio.
Se fueron despidiendo con la promesa de volver
a juntarse para recordarla o más bien, para ver hasta que punto ella fue capaz de
lastimarlos.
Porque eso los
unía...
El dolor en todos sus matices.
Por eso eran tan
especiales.
Porque eran solo ellos 6.
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