Me besaba con cierto desgano.
No sabía que le ocurría, yo simplemente recibía esos besos cada vez más distantes.
Yo lo amaba con más fuerza, era como un efecto contrario.
No aguantaba la ansiedad de verlo, de cruzármelo, al menos de charlar.
Lo que me volvía loca eran sus ojos, tan claros, tan inocentes.
Me besaba con una pasión increíble.
Yo lo rechazaba con la mente. Amaba a alguien más.
Le regalaba cariño de forma descomunal.
El no entendía el porque... Me decía que estaba cansado.
Me regalaba demasiado cariño, era demasiado atento.
Le decía que me perturbaba tanta cursilería. Lo quería lejos.
Me besaba con una pasión increíble.
Yo lo rechazaba con la mente. Amaba a alguien más.
Le regalaba cariño de forma descomunal.
El no entendía el porque... Me decía que estaba cansado.
Me regalaba demasiado cariño, era demasiado atento.
Le decía que me perturbaba tanta cursilería. Lo quería lejos.
Amarlo me hacía feliz, me trasladaba a una realidad distinta.
Su pasión me contagiaba de sensaciones que me hacían sentir bien conmigo misma.
Los dos vivían bien conmigo.
Ninguno de los dos sabía de la existencia del otro. Pero se conocían.
No eran amigos, no eran compañeros, sólo conocidos gracias a mí.
No eran amigos, no eran compañeros, sólo conocidos gracias a mí.
Yo provocaba esa discordia.
La disfrutaba, porque de alguna manera amaba a los dos...
... Al mismo tiempo.
... Al mismo tiempo.
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